viernes, 5 de junio de 2015

“Hoy, Mahoma casaría a parejas homosexuales”

Ludovic-Mohamed Zahed, gay e imam, creó en 2012 la primera mezquita inclusiva de Europa

Ludovic-Mohammed Zahed, impulsor de la primera mezquita para gays. / GERARD CASAS


Ludovic-Mohamed Zahed ha dado muchas vueltas físicas, espirituales e identitarias a lo largo de su vida. Después de un largo camino ha logrado integrarlas: francoargelino —vivió su infancia entre Argel y París—, activista, gay, musulmán y seropositivo. Y no pide permiso para existir, es. Nacido en Argel hace 37 años, fundó en 2012 la primera mezquita inclusiva de Europa en París.
Un templo abierto a todos y a todas, en el que dirigía la oración como imam. Ya no. Ahora son otras personas las que están al frente de esta comunidad. “Sois imames conmigo”, les advirtió desde el primer momento. Zahed dedica ahora más tiempo a la reflexión que al activismo. Hace un mes presentó su tesis en Antropología, Las minorías sexuales en la vanguardia de las mutaciones del islam de Francia.
En 2012 ya había publicado un libro, Le Coran et la chair (El Corán y la carne), de la editorial Max Milo y sin traducción en España. En él afirma, sin miedo y sin dudas, que si Mahoma viviera hoy, casaría a parejas homosexuales.
Para Zahed, la ideología y el discurso homofóbicos no son inherentes a los principios del islam
En esta obra, entre el ensayo y la autobiografía, Zahed expone su vida. También suele compartirla con los asistentes a sus conferencias, como la que organizó recientemente Nasij (textura o tejido, en árabe), una red que busca promover un islam inclusivo y queer. Acudieron unas 200 personas a la cita, en la biblioteca municipal Jaume Fuster de Barcelona.
En su infancia tuvo que soportar las palizas de su hermano mayor por ser demasiado afeminado. Sus padres, según relata, no solo admiten hoy su orientación sexual, también le quieren y le apoyan en su lucha.
Habla sin alzar la voz, pero sin dar tregua. A nada ni a nadie. Ni a aquellos musulmanes que no admiten el amor entre personas del mismo sexo. Ni a aquellos colectivos LGTB que califican a toda la comunidad islámica de homófoba. Ni a Francia por excluir del matrimonio gay a las parejas con uno de los miembros originarios de países como Marruecos o Argelia. Ni a Arabia Saudí por propagar una ideología “fascista”.
Desde pequeño se hizo muchas preguntas sobre sí mismo y su identidad. ¿Qué significa ser un niño argelino en Francia? ¿Y un emigrante en Argelia? Durante los veranos y el año en que la familia residió en Argel, buscó las respuestas en el seno de una comunidad salafista, que rechazaba la violencia. Ahí descubrió el deseo por alguien de su mismo sexo. “Me enamoré del hombre que me había enseñado el Corán durante cinco años. Eso me hizo reconocer todas aquellas pasiones que había rechazado antes”, recuerda.
Me enamoré del hombre que me había enseñado el Corán durante cinco años. Eso me hizo reconocer todas aquellas pasiones que había rechazado antes”
Sus padres decidieron emigrar a Marsella en 1995. Al otro lado del Mediterráneo, Argelia se desangraba en una guerra civil, en la que perdieron la vida 250.000 personas. Fue en la capital de la Provenza francesa donde pudo vivir su primera relación de pareja y sexual, con un votante del Frente Nacional, que le transmitió el VIH. Tenía 19 años. Hacía solo dos que había descubierto que era homosexual.
Huyó de la espiritualidad durante siete años. “Me dije: o bien los salafistas tienen razón y la homosexualidad es una enfermedad o el islam es el problema”, rememora. La vida le sonreía. Terminó sus estudios, logró un buen trabajo, un apartamento. No era feliz, sin embargo. No estaba en paz.
Lo intentó entonces con el budismo. Meditó. Llegó incluso a viajar a Tíbet. Poco a poco fue retornando al islam. Una religión que, defiende, no incluye la discriminación o exclusión de la diversidad sexual o de las mujeres. Y es que para Zahed, al contrario de la visión predominante, la ideología y el discurso homofóbicos no son inherentes a los principios del islam, sino fruto de las interpretaciones patriarcales y misóginas que de esta tradición se han llevado a cabo.

viernes, 9 de enero de 2015

Je ne suis pas Charlie

Yo no soy Charlie

José Antonio Gutiérrez D.
7 de Enero, 2015

Parto aclarando antes que nada, que considero una atrocidad el ataque a las oficinas de la revista satírica Charlie Hebdo en París y que no creo que, en ninguna circunstancia, sea justificable convertir a un periodista, por dudosa que sea su calidad profesional, en un objetivo militar. Lo mismo es válido en Francia, como lo es en Colombia o en Palestina. Tampoco me identifico con ningún fundamentalismo, ni cristiano, ni judío, ni musulmán ni tampoco con el bobo-secularismo afrancesado, que erige a la sagrada “République” en una diosa. Hago estas aclaraciones necesarias pues, por más que insistan los gurús de la alta política que en Europa vivimos en una “democracia ejemplar” con “grandes libertades”, sabemos que el Gran Hermano nos vigila y que cualquier discurso que se salga del libreto es castigado duramente. Pero no creo que censurar el ataque en contra de Charlie Hebdo sea sinónimo de celebrar una revista que es, fundamentalmente, un monumento a la intolerancia, al racismo y a la arrogancia colonial.

Miles de personas, comprensiblemente afectadas por este atentado, han circulado mensajes en francés diciendo “Je Suis Charlie” (Yo soy Charlie), como si este mensaje fuera el último grito en la defensa de la libertad. Pues bien, yo no soy Charlie. No me identifico con la representación degradante y “caricaturesca” que hace del mundo islámico, en plena época de la llamada “Guerra contra el Terrorismo”, con toda la carga racista y colonialista que esto conlleva. No puedo ver con buena cara esa constante agresión simbólica que tiene como contrapartida una agresión física y real, mediante los bombardeos y ocupaciones militares a países pertenecientes a este horizonte cultural. Tampoco puedo ver con buenos ojos estas caricaturas y sus textos ofensivos, cuando los árabes son uno de los sectores más marginados, empobrecidos y explotados de la sociedad francesa, que han recibido históricamente un trato brutal: no se me olvida que en el metro de París, a comienzos de los ‘60, la policía masacró a palos a 200 argelinos por demandar el fin de la ocupación francesa de su país, que ya había dejado un saldo estimado de un millón de “incivilizados” árabes muertos. No se trata de inocentes caricaturas hechas por libre pensadores, sino que se trata de mensajes, producidos desde los medios de comunicación de masas (si, aunque pose de alternativo Charlie Hebdo pertenece a los medios de masas), cargados de estereotipos y odios, que refuerzan un discurso que entiende a los árabes como bárbaros a los cuales hay que contener, desarraigar, controlar, reprimir, oprimir y exterminar. Mensajes cuyo propósito implícito es justificar las invasiones a países del Oriente Medio así como las múltiples intervenciones y bombardeos que desde Occidente se orquestan en la defensa del nuevo reparto imperial. El actor español Willy Toledo decía, en una declaración polémica -por apenas evidenciar lo obvio-, que “Occidente mata todos los días. Sin ruido”. Y eso es lo que Charlie y su humor negro ocultan bajo la forma de la sátira.

No me olvido de la carátula del N°1099 de Charlie Hebdo, en la cual se trivializaba la masacre de más de mil egipcios por una brutal dictadura militar, que tiene el beneplácito de Francia y de EEUU, mediante una portada que dice algo así como “Matanza en Egipto. El Corán es una mierda: no detiene las balas”. La caricatura era la de un hombre musulmán acribillado, mientras trataba de protegerse con el Corán. Habrá a quien le parezca esto gracioso. También, en su época, colonos ingleses en Tierra del Fuego creían que era gracioso posar en fotografías junto a los indígenas que habian "cazado", con amplias sonrisas, carabina en mano, y con el pie encima del cadáver sanguinolento aún caliente. En vez de graciosa, esa caricatura me parece violenta y colonial, un abuso de la tan ficticia como manoseada libertad de prensa occidental. ¿Qué ocurriría si yo hiciera ahora una revista cuya portada tuviera el siguiente lema: “Matanza en París. Charlie Hebdo es una mierda: no detiene las balas” e hiciera una caricatura del fallecido Jean Cabut acribillado con una copia de la revista en sus manos? Claro que sería un escándalo: la vida de un francés es sagrada. La de un egipcio (o la de un palestino, iraquí, sirio, etc.) es material “humorístico”. Por eso no soy Charlie, pues para mí la vida de cada uno de esos egipcios acribillados es tan sagrada como la de cualquiera de esos caricaturistas hoy asesinados.

Ya sabemos que viene de aquí para allá: habrá discursos de defender la libertad de prensa por parte de los mismos países que en 1999 dieron la bendición al bombardeo de la OTAN, en Belgrado, de la estación de TV pública serbia por llamarla “el ministerio de mentiras”; que callaron cuando Israel bombardeo en Beirut la estación de TV Al-Manar en el 2006; que callan los asesinatos de periodistas críticos colombianos y palestinos. Luego de la hermosa retórica pro-libertad, vendrá la acción liberticida: más macartismo dizque “anti-terrorismo”, más intervenciones coloniales, más restricciones a esas “garantías democráticas” en vías de extinción, y por supuesto, más racismo. Europa se consume en una espiral de odio xenófobo, de islamofobia, de anti-semitismo (los palestinos son semitas, de hecho) y este ambiente se hace cada vez más irrespirable. Los musulmanes ya son los judíos en la Europa del siglo XXI, y los partidos neo-nazis se están haciendo nuevamente respetables 80 años después gracias a este repugnante sentimiento. Por todo esto, pese a la repulsión que me causan los ataques de París, Je ne suis pas Charlie.